Flor Molina Flor Molina es una escultora mexicana de la costa chica de Guerrero México. Vive actualmente en Cuernavaca, Morelos, México
El término realismo mágico generalmente se aplica a la literatura, sin embargo, no existe otra forma de calificar la expresión artística de Flor Molina. A diferencia del surrealismo que encuentra su vertiente en lo onírico, en elucubraciones filosóficas, el realismo mágico se apega a una realidad pragmática, percibida desde la imaginación que la transforma y embellece. Flor parece ser ella misma parte de un ensoñar la realidad de un mundo de por sí insólito, nacida en Cuajinicuilapa, Guerrero, un poblado digno de la pluma de García Márquez, sito en la Costa Chica del estado, donde por razones desconocidas se formó una población negroide, producto de las migraciones provenientes del África, la antepenúltima hija de una familia de 14 hermanos.
Flor creció como crecen sus homónimas, las flores; “en mi casa había una huerta de cocos, un río, bueyes, cabras, gallinas… yo no tuve muñecas pero en cambio tuve la dicha de estar en contacto con todas esas cosas hermosas, no teníamos luz eléctrica, usábamos quinqués, me acostumbré a jugar a la luz de la luna, hay niños que nunca ven hacia arriba, yo tenía el sol, la luna, las estrellas y cuando bajaba la vista… el mar”.
Es la ternura ardiente de ese universo la que la artista rescata, en sus telas-collage y sus esculturas de las cuales hay que destacar la serie “Gelasio”, que lleva el nombre y está inspirada en su padre. “Mi padre salía a cazar”, nos dice Flor. Nada hay de literario en la imagen del hombre con un gran pez a cuestas, sino la visión que la niña-Flor guarda en la memoria, el héroe que traía a casa el alimento, percepción agrandada por la visión infantil, que Molina no abandona aunque los años la hayan colocado en su perspectiva real.
Flor Molina no es aún consciente de la importancia de su obra, fresca, propositiva, de magnífico colorido y original composición. Discípula del maestro Víctor Hugo Núñez, cuya guía a veces se adivina en un rasgo, en la volumetría o la forma es, sin embargo, tan ella misma, que seguramente hará escuela en la plástica morelense. “Tuve que vender unas vaquitas que tenía en mi tierra para pagar los materiales, la fundición…” Yo me pregunto: ¿Cuantas “vaquitas” podrían pagar el talento creativo, la mágica realidad hecha arte de Flor Molina?
María Gabriela Dumay
Crítica de Arte
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